lunes, 31 de enero de 2011

Día CIV

Son las cinco menos cuarto de este lunes treinta y uno de enero, último día del mes, cuando comienzo a escribir el Blog. Hoy tenemos un día nublado pero sin lluvias. Las previsiones apuntan a que a medida que transcurra la semana subirán las temperaturas y las nubes irán dejando progresivamente paso a los claros. A ver si es verdad y podemos así prescindir un poco de la calefacción, que a este paso vamos a quemar la caldera de tanto trabajar. Aunque yo creo que lo que quemarán antes serán nuestros bolsillos, porque hay que ver con el famoso diez por ciento de la luz y el cuatro del gas. No sé yo, pero a nosotros en la factura que nos acaba de llegar nos ha llegado un pico que ni que esto fuera una central nuclear.

Como os había anticipado, ayer fue un día tranquilo, en el que il dolce far niente –esa feliz expresión italiana inventada para expresar el placer de no hacer nada- fue protagonista. Y hoy más o menos vamos en esa misma línea.

Ayer a parte de caminar un poco por la tarde en la cinta, estuve viendo la debacle del Madrid en Pamplona. Me fastidió por afectar de forma indirecta al Sporting en su lucha por la permanencia, pero bueno, nosotros ganando nuestros partidos no debemos mirar lo que hacen el resto. Pero sería de agradecer que los grandes, en especial el Madrid, dejaran de regalar puntos a los de abajo; que luego cuando juegan contra nosotros no sé qué pasa que nunca se relajan.

Por la noche después de cenar vimos la película que echaban por La Primera, La Isla, con Scarlett Johansson y Ewan McGregor. No la habíamos visto y lo cierto es que resultó entretenida. A mí además me gustan particularmente ese tipo de películas futuristas, aunque por supuesto hay películas y películas. Para esta noche ya tengo escogido lo que veremos: El Último Rey de Escocia. A las diez por La2. Muy recomendable.

Por lo demás sigo encontrándome bien, sin fiebre ni ningún otro síntoma relacionado con el virus. Esta mañana me han realizado la analítica pero desconozco los resultados. Tal vez cuando venga la enfermera más tarde me diga algo.

Pasando a la sección “recuerdos de mi tierna infancia y más allá”, me hizo gracia escuchar uno de estos días por la radio comentar el famoso tema de la prohibición de vender en los colegios productos con exceso de grasas, o que puedan considerarse insalubres para los niños. Digo que me hizo gracia porque recordé el viejo comedor que había en el colegio al que bajábamos como locos cada vez que llegaba la hora del recreo. Unos para comprarse un bocata -¡menudas flautas que vendían!-, pero la mayoría para comprarse bollería tipo donuts, triángulos de chocolate, etc. Y no había apenas problemas de obesidad. ¿Por qué? Pues muy fácil: porque éramos como torbellinos que no parábamos en los treinta minutos que duraba el recreo. Bueno, en realidad no lo hacíamos en todo el día. Así era que en los vestuarios abundaban más las costillas que los michelines. No sé si ahora seguirá siendo así, pero me da que no.

Luego, ya de chaval, recuerdo que con un par de amigos –esos "de toda la vida" que os comentaba el otro día-, cuando salíamos, hacíamos una parada obligada en El Hornín de Gusmaín y para cada uno nos comprábamos tres pasteles a cual más contundente. Entre ellos aquellas míticas bombas rellenas de crema que no te cabían en la boca. Recuerdo que la dependienta nos miraba un poco extrañada y al principio pensaba que era un pastel para cada uno, hasta que le aclarábamos que no, que eran tres los que queríamos por cabeza. Y ahí nos quedábamos luego sentados junto a la vieja sala de juegos, disfrutando de aquel festín calórico, mientras la gente que pasaba por la calle nos miraba con curiosidad, algunos diría que hasta con envidia. Tal vez más por nuestros años que por lo que comíamos. Tal vez por ambas cosas.

Bueno, que tanto hablar de comida me ha abierto el apetito. Voy a ver qué encuentro para merendar. Un abrazo, que tengáis una semana tranquila… ”y mañana más”.

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