martes, 25 de enero de 2011

Día XCVIII

No son aún las cuatro y media de la tarde de este martes veinticinco de enero cuando comienzo a escribir el Blog. En el portátil los primeros acordes de One Vision de Queen en su Live Magic hacen que mis dedos quieran escribir más rápido de lo que en realidad son capaces de hacer. Miro por la ventana y veo que el cielo está completamente despejado. Hace tres cuartos de hora cuando me eché a dormir la siesta no estaba así. Pero cuidado con llevarse a engaños: el sol apenas ha logrado que el termómetro supere los once grados. Esta mañana cuando subía a Cabueñes para la realizar ecografía del corazón el coche marcaba tres grados en el exterior.

La prueba ha ido bien. Hoy bromeaba por mail sobre lo de la “prueba del corazón” como si de un chiste se tratara en el que uno llega a la consulta y se encuentra al médico haciéndole preguntas sobre Jesulín, la Pantoja, Cayetana o Ana Obregón. Por cierto, siempre que algún sábado vemos el programa que echan por La Primera antes del telediario, el que presenta Igartiburu, mi suegro de forma muy atinada se pregunta qué pasará en este país el día que se muera la Cayetana porque es que parece que no hay otra persona de la que hablar en ese programa. ¡Qué pesadez con la tía! ¡Y mira que a la pobre ya no se le entiende ni lo que dice! Bueno, lo de pobre es decir, claro.

Así que nada, como digo la ecocardio ha salido tal y como esperábamos dentro de la normalidad. El corazón ha aguantado los envites de todos estos meses de quimio y tratamiento sin resentirse. No voy a negar que me quedo más tranquilo. Para celebrarlo nada más volver a casa me metí cincuenta minutos en la cinta. Pero que nadie se asuste: fueron a ritmo de prejubilado caminando por El Muro. ¡Anda que no me los "cepillaba" yo ni nada cuando daba mis paseos! ¡No se me resistía ni uno! Los iba dejando atrás uno tras otro como el que adelanta caracoles. Competitivo hasta para caminar, así soy.

Mañana toca de nuevo volver a Cabueñes, esta vez para mi tratamiento habitual. Siempre repito lo de que a veces siento que el tiempo pasa muy despacio, pero luego veo que por ejemplo mañana será la décima sesión del tratamiento y caigo en la cuenta de que pasa más rápido de lo que pienso.

Hablando del tiempo y de cómo pasa, a raíz de una tontería que le escuché decir a un presentador en la tele cuyo nombre ahora no viene al caso, me dio por pensar la suerte que tengo por tener amigos de esos que se denominan “de toda la vida”. Y es que en este caso además es así de verdad. Con alguno llevo compartiendo aventuras y andanzas desde Preescolar. Más de treinta años juntos. Casi nada. Y lo que nos queda.

De mi época de Preescolar como podéis imaginar no tengo demasiados recuerdos. Mi madre me bajaba a la parada del Corazón de María para coger el autobús que nos llevaba a todos a Contrueces, donde estaban las aulas para los más pequeños. Recuerdo sin embargo como si fuera hoy mi número de clase: el nueve. Quizás por ir a buscarlo tantas veces escrito en la percha donde colgábamos el mandilón o la chaqueta. Y recuerdo el nombre de la monja que tenía por profesora: Irene. Veo también aquel aula, con sus mesas de colores, tan pequeñas como lo éramos nosotros. Tan pequeños como grande era nuestra imaginación.

Algo que en más de una ocasión discuto con esos amigos de toda la vida, es que de nuestra promoción, el único que fue al C hasta segundo de BUP, cuando de cuatro clases se pasaba a tres, fui yo. ¡Qué tontería lo de la letra a la que vayas!, ¿no? En realidad no, porque para nosotros ser del C era como un distintivo especial. Lo mismo que supongo que sería para los que iban al A, al B o al D. Pero a lo que iba. Curiosamente en Primero pasé de ser el nueve al uno en la lista de clase. Y al año siguiente en Segundo, era el cuarenta y cinco. ¿Qué pasó? Pues cosas de un colegio que resultan un poco inexplicables. No sé cómo pero absolutamente todos mis compañeros de Primero pasaron al B y únicamente yo me quedé en el C. Pero sin embargo por más que pienso en ello no encuentro el que aquello me creara ningún complejo ni nada por el estilo, por verme de repente en una clase toda con gente nueva, que aunque conocías de vista de los recreos, no sabías ni cómo se llamaba. Creo que hasta me resultó divertido el tener nuevos compañeros de clase. Creo que en el fondo siempre me he sabido adaptar bastante bien a las nuevas situaciones, aunque me guste la estabilidad y el tenerlo todo controlado.

Bueno, basta de rollo por hoy. Ahora toca tomarse una infusión y luego a merendar, que hay que cuidar como oro en paño estos kilitos que hemos recuperado… ”y mañana más”.

3 comentarios:

  1. Hola Fili: El cambiar de clase siempre ayuda a encontrar nuevos amigos, si eres una persona abierta como tú, que se relaciona fácil. Lo del corazón era previsible: tienes mucho corazón Fili. Lo que me gustaría es que inventaran una máquina de traspaso de kilos, porque tengo unos cuantos alrededor de la cintura que te regalaría con todo cariño, ja, ja, ja. Un abrazo, y mañana más paciencia. HONOR Y FUERZA.

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  2. Pero de qué estás hablando Fili??? En segundo de BUP tu y yo estábamos en el B. Y todos los demás se quedaron en el C. Y no me discutas porque tú y yo estábamos en la misma clase y yo me apellido después que tú, así que aquí has liado algún dato!!!!!!!! Si de 4 pasaron a 3, tú y yo estábamos en el B. Segurísimo, Priore va antes que Reduello, y que otros que todavía iban detrás de mí. Bueno, no voy a discutir que parecemos viejos chochos, pero tú estás confundido eh??? jajajajajajjaj

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  3. Tienes un corazón fuerte porque está lleno de cariño de todos los que te queremos y ya sabes que somos muuuuuuuuuuuuuchos.
    Mañana tenemos partidito...y pienso comer merengue!! jijijiji.
    Miles de besinos

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