miércoles, 10 de noviembre de 2010

Día XXII

Son las cinco y media de la tarde cuando comienzo a escribir el Blog en este miércoles diez de noviembre. Después de una mañana muy lluviosa parece que la tarde nos está dando un respiro. Si se cumplen las previsiones el tiempo irá mejorando paulatinamente, aunque todavía tendremos unos cuantos días en los que podrá llover. Estamos en Otoño; tampoco podemos pedir que haga sol.

Esta mañana hemos estado por el hospital. Los análisis de momento siguen más o menos en los mismos niveles, aunque sí es verdad que las defensas han seguido la tendencia de mejoría que vimos ya el lunes, aunque todavía se encuentran lejos de los valores normales. Como la hemoglobina y las plaquetas siguen bajas hemos puesto de nuevo una bolsa tanto de hematíes como de plaquetas. Afortunadamente, por lo menos todo ha ido bastante rápido y a la una estábamos en casa. Mañana toca descanso y volveremos el viernes. A ver si para ese día puedo contaros que la médula está trabajando a destajo y que la cosa se va estabilizando un poco.

Justo al acabar de comer, comencé a notar esos escalofríos que me dan, preludio de una fiebre “de las buenas”. Tomé el paracetamol, que además me tocaba a esa hora, pero aun así a las tres y media tenía 38,1. Ahora me encuentro bastante mejor, aunque sigo con algunas decimillas. En el hospital la médico me ha indicado que vuelva a tomar un par de pastillas de corticoides al día, supongo que buscando que de una vez por todas me remita la fiebre, que de momento, la verdad es la única complicación que estamos padeciendo en este primer ciclo.

Hoy se cumple el día cien desde que realicé el trasplante. Una fecha que tenía marcada en rojo en el calendario porque como recordaréis, era el día señalado por los médicos para confirmar el éxito definitivo del trasplante. No puedo evitar pensar que hoy podría haber sido un día de celebración y sin embargo aquí me tenéis, casi empezando una nueva lucha cuando no había ni tenido tiempo de reponerme de la anterior. En realidad sigue siendo la misma lucha aunque las fuerzas están más mermadas. Es curioso porque cuando salí del trasplante aquellos cien días me parecían una eternidad, pero han pasado. La pena es que el final de esa larga espera no ha sido el que todos esperábamos, yo el primero. Ahora no queda más que confiar en que el tiempo seguirá pasando y con él, volverá un nuevo día cien, esta vez con un desenlace más feliz. Si no pensara eso no podría afrontar cada día que pasa, que aun así se hacen eternos.

Mientras os escribo en el Nacional Geografic están emitiendo un documental sobre el Delta del Okavango. Trata sobre ataques de hipopótamos a personas, uno de ellos contra una pareja que se encontraban allí pasando su luna de miel y que iban en una canoa en la típica excursión que a diario realizan cientos de personas. Una excursión que yo mismo con mi esposa realizamos también cuando estuvimos igualmente de luna de miel por aquellos parajes.

Recuerdo que en aquella canoa, en la que con nosotros que íbamos sentados en la parte delantera, venía el guía de pie en la parte trasera impulsando la frágil embarcación con su remo largo, nos sentíamos un poco a merced de lo que pudiéramos encontrarnos en aquellas aguas en las que te movías entre multitud de juncos y plantas. De hecho nosotros también tuvimos que esquivar un grupo de hipopótamos que en este caso estaban plácidamente sumergidos pero dejando intuir sus orejas por encima del agua. Es uno de esos momentos en los que te preguntas: ¿pero quién me habrá mandado venir aquí? Pero al mismo tiempo das gracias por vivir una experiencia tan espectacular.

Podría escribir un libro de aquellos días. Aquellas noches en la tienda del campamento, con la ciénaga pegada a ella, y de la que por la noche salían los hipopótamos a pastar pasando para ello a apenas dos metros de nuestra tienda. No os podéis imaginar la sensación de estar en tu cama, dentro de la tienda, y sentir el suelo temblar con el paso de un hipopótamo del que además oyes sus resoplidos. Fueron tres noches en las que dormir resultó un poco complicado. En el campamento además, como sabían que estábamos de luna de miel, quisieron darnos el honor de tener la tienda más alejada del centro, la más preciada al parecer por todos los aventureros, la última, la número ocho. Por la noche para ir a ella nos acompañaban con una linterna por aquel camino en el que no veías absolutamente nada fuera del alcance de aquella pequeña luz. Luego por la mañana venían a la tienda a traerte un té para que cuando estuvieras listo fueras a desayunar a la zona común. La gracia fue que uno de los días nos encontramos con un pequeño contratiempo: un par de elefantes se interponían en mitad del camino sin ninguna intención de apartarse. Tuvo que venir el responsable del campamento a espantarlos. Nunca he visto nada igual. Aquel tío de unos sesenta años con su pinta de boy scout espantando a los elefantes como si fueran gallinas, dando palmadas y arrojándoles sus propios excrementos, que era lo que utilizaban allí para marcar los bordes del camino en el campamento.

Con elefantes tuvimos también otro emocionante encuentro, cuando esta vez yendo de excursión en jeep, una hembra que debió de vernos como una amenaza para su cría, se lanzó contra nosotros. Lo fastidiado del tema era que para escapar de la embestida de aquel animal teníamos que cruzar por un pequeño puente de maderos que nosotros mismos habíamos tenido que reforzar un poco para llegar hasta allí porque se encontraba en no muy buenas condiciones. Menos mal que el guía sabía lo que hacía: el puente aguantó y la mamá elefante fue quedando atrás hasta que desistió de seguir en su persecución.

Pero bueno, no todo fueron experiencias con tanta adrenalina de por medio, no vayáis a pensar que estábamos en plan Indiana Jones todo el día, aunque por supuesto no faltaron los avistamientos de leones, cocodrilos y un montón más de animales salvajes. Pero en general, sí que fue un viaje lleno de aventuras e historias que quedarán para siempre grabadas en nuestra mente. Otro día os cuento alguna más, que por hoy ya os he dado bastante la paliza.

Así que nada, como siempre os envío un caluroso abrazo a todos… “y mañana más”.

3 comentarios:

  1. Hola cariño, que cambio tan radical y emocionante en tu relato: de las aventuras y desventuras de un niño en un pueblo de la cuenca minera del blog de ayer que me hicieron evocar mis tiernos años, a las aventuras de "Indiana Priore en la selva" del blog de hoy, que por desgracia no tengo en mente ninguna experiencia que se le parezca ni por asomo (para mi desgracia).
    ¿sabes que siempre he sentido predilección por los hipopótamos? A la gente le parece extraño, pero a mi me gustan.
    Muchos besinos, aqui hace muy buen tiempo, así que te puedo mandar cientos de rayos de sol.

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  2. Mira, con todos mis respetos a tu luna de miel, me vas a perdonar tu y tu esposa, pero qué cosa tan horrorosa de viaje!!!!!!!!! A mi me gustan las lunas de miel cursis y románticas, y no estas escenas de terror en la sabana!!!! Yo me fui a pasear por Roma, Florencia y Venecia, dónde va a parar, rodeada de cosas bellas y en hoteles que habían sido palacios. Y con dulces noches en camas cómodas y olorosas. Qué barbaridad se me han puesto los güevos que no tengo en la garganta jajajaajaja. Una tienda, hipopótamos... qué par de locos :)

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  3. Hola Fili: A Lu le hubiera encantado una aventura como la vuestra por África. A mí no tanto, aunque reconozco que si al final todo sale bien, es un gran viaje. Pero claro, el riesgo es una parte del aliciente ¿no? Recuerda que nosotros tenemos pendiente una visita a Roma, en la que tú serás el guía. HONOR Y FUERZA

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