martes, 9 de noviembre de 2010

Día XXI

Son las cinco de la tarde cuando comienzo a escribir el Blog, en este martes nueve de noviembre, día en el que el viento y la lluvia han continuado siendo protagonistas. Por suerte, hoy me tocaba quedarme en casa, ya que no tenía revisión en el hospital. Mañana sí tengo que subir, así que a ver si tenemos mejor tiempo, aunque bueno, en realidad el único tramo que hago caminando es del portal al coche y de la puerta del hospital de nuevo al coche. Pero es como si te diera algo más de moral de cara a subir a Cabueñes el que el día no sea como los de ayer y hoy.

Esta noche no ha sido del todo mala, y aunque sigo despertando con frecuencia, al final dormiría casi las ocho horas de rigor. Sobre todo no he tenido sensación de fiebre, o al menos de mucha fiebre, porque además apenas sudé un poco en las primeras horas.

No he medido más la fiebre desde las tres y media -tenía los 37 justos-, que ha sido cuando he tomado el paracetamol, pero ahora sí que noto que me está subiendo algo. Estas horas centrales de la tarde, de las cinco a las nueve, son por lo general las más críticas para mí en este sentido.

Por lo demás no tengo ninguna molestia en especial, simplemente ese cansancio permanente que a veces te mina un poco la moral, pero trato de convencerme una y otra vez que lo mismo que en la anterior ocasión conseguí ponerme en forma en apenas quince días, en esta volveré a repetirlo. Y lo haré las veces que haga falta. Además he tenido para comer unas buenas lentejas con un solomillo detrás para coger fuerzas. Y por si fuera poco hasta he saboreado un poco de picadillo casero, hecho por mi suegra en Quintes. No me he atrevido a tomar mucho, porque tampoco se trata de que pudiera sentarme fuerte, que mi estómago está un poco delicado con tanta pastilla.

Ayer os hablaba de mis veranos por el pueblo de mis abuelos paternos. Así que hoy es justo que os hable también de los innumerables domingos que pasaba en Ciaño, en casa de mis abuelos maternos. Ellos vivían en una barriada muy cerca de la Iglesia de San Esteban. De niño me encantaba ir a verles. Solíamos como digo ir los domingos después de comer. El viaje era bastante más penoso de lo que es ahora con la autovía minera. Eran casi cuarenta y cinco minutos en carretera, si no más.

Recuerdo su casa perfectamente. La barriada la formaban un montón de pisos de dos alturas, con bajo incluido, todos idénticos, que se cerraban como una C dejando un enorme patio por el que se accedía a todos los portales. Por detrás justo de la casa pasaba el tren, por lo que me lanzaba a asomarme a la ventana cada vez que lo oía llegar pitando, puesto que muy cerca había un paso a nivel.

Recuerdo cómo muchas veces me encerraba en el salón y me quedaba absorto viendo el papel aterciopelado que cubría la pared, incluso la puerta. O jugueteaba una y otra vez con el viejo cenicero de mi abuelo, que era uno de estos que tenía un pequeño mecanismo con el que se abría dejando caer lo que fuera en su interior, y que al soltarlo, volvía a cerrarse.

Pero lo mayoría del tiempo me la pasaba en el patio. Desde allí, alguna vez iba a buscar con mi padre a mi abuelo, que se encontraba jugando a las cartas en el Hogar del Pensionista, justo al cruzar el paso a nivel que os comentaba antes. Aquello de cruzar por las vías del tren era otra de las cosas que como buen niño disfrutaba como si de un juego se tratara. Pegado al Hogar, había un pequeño parque, aunque bastante descuidado. Pero lo mejor de ir a él es que a su vera pasaba el río Nalon, imponente la mayoría de las veces. Me asomaba y no me cansaba de ver pasar el agua saltando entre las piedras.

Lo de mi afición a las cartas lo cogí de mi abuelo. Él me enseñó a jugar al tute, a la escoba y a cantidad de juegos más. Cuando alguna vez, en especial por alguna fiesta, se venían a quedar a mi casa, recuerdo las horas que pasaba jugando contra él. Y las trampas que intentaba hacerle y que él fingía no ver, aunque alguna vez sí que llegara a enfadarse conmigo, y con mucha razón.

Luego estaba la mecedora de mi abuela, que ya os podéis imaginar el juego que podía darle a un niño. Pero lo que también recuerdo es los pellizcos que en broma ella, sentada en aquella mecedora, me daba en las piernas cuando aparecía con los típicos pantalones cortos de tergal o algodón. ¡Qué piernas tiene este niño!, decía riéndose al ver cómo me enfadaba.

Pero sin duda, lo mejor del mundo era cuando mi abuela se ponía a hacer hojuelas. La humareda que se montaba en aquella cocina y que con dificultad conseguía salir por la ventana abierta, habría hecho creer a más de uno que la casa se estaba quemando. ¡Qué buenas estaban aquellas hojuelas recubiertas a más no poder de miel!

Si después de pasar la tarde con mis abuelos, todavía nos quedaba algo de tiempo, a veces nos íbamos hasta La Felguera a visitar a mis primas y primos. Aunque no era raro que sabiendo que nosotros estábamos por Ciaño, se hubieran acercado ellos antes hasta allí. La Felguera ya era otra cosa distinta, nada que ver con Ciaño –ni por aquel entonces ni ahora-. Pasábamos allí el resto de la tarde, de modo que para cuando nos volvíamos, yo estaba tan agotado que era meterme en el coche y caer dormido hasta Gijón.

Bueno, os dejo que me toca la infusión de la seis. Hoy la tomaré sin galletas, que hay que cuidar la línea. Un abrazo y… “y mañana más”.

5 comentarios:

  1. UY!! Tres km más allá y hubieses llegao a mi casa!! :)
    Esta vez no me haz falta ir al pueblín pa conocelu!! Cuantes veces pasaría yo esi pasu a nivel!! Como poco los fines de semana pa venir a Gijón :) Tú ibas y yo venía...Si me hubieras ido a ver igual no había nadie en casa :D

    Besínnnnnnnnn!!

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  2. Cuenca minera!! la verdad es que menudo patio de juegos formaba aquella C. Solo con recorrer aquella plazoleta un par de veces al día, agotaba a cualquiera!
    Animo cariño que pasito a pasito irás cogiendo fuerza.
    Miles de besos

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  3. Hablando de la Cuenca, acabo de llegar de comer de La Felguera, supongo que no tendrá nada que ver con lo de antes...

    Besos.

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  4. Hola Fili:

    Que recuerdos me trae. Mi madre me llevava de escursión a un bosque que había detrás de la vía ( ¿vendrá de ahí mi fascinación por los bosques la naturaleza cuanto más salvaje mejor?) y recogiamos castañas que luego se cocinaban en la cocina de carbón de la abuela. Todavía sueño alguna vez con ese bosque y el tren de madera que era mi preferido y el de mi hermana por lo que se movía.A mí de pequeño me encantaba sacar todas las cosas del armario de la cocina y meterme dentro. También me acuerdo, con menos de seis años, ir a tender la ropa con la tía Juani y capturar mariquitas en los tenderos que había junto a las vías del tren detrás de la casa y me encantaba ver pasar los trenes. El abuelo siempre sonriente y que me enseñó a jugar al cinquillo. Era un as del dominó.De las hojuelas hechas con aquel artilugio que parecía de marcar ganado que decir, simplemente sublimes al igual que las migas.Y muchas más cosa que es increible como se quedan grabadas cuando ers niño. Gracias abuelos, tíos y demás familia por unos recuerdos tan dulces que sin duda me han ayudado a ser quien soy, quien somos, pues de buenos padres, tíos y abuelos salen buenos hijos, sobrinos y nietos y la verdad pueden estar, creo, orgullosos de la generación que les sigue.

    Un superabrazo y SEGUIMOS ATACANDOOOOOOO!!!!!

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  5. Hola cariño, es casualidad que ayer a la hora de la comida, le estuve contando a Pedro como era la casa de mi abuela, el tren que pasaba justo debajo de la ventana y sobretodo de las hojuelas, que en su pueblo (Almaciles, en Granada) se llaman flores, a mi, particularmente no me gustaban de aquella, pero ahora me apetece volver a probarlas, seguro que ahora me gustarán mas. Cuando leí tu blog, pensé que todos esos recuerdos que afluyen expontaneamente en mi mente son ocasionados por tus excelentes relatos sobre la niñez, los cuales hacía mucho que no evocaba.
    Le hablé de nuestro abuelo, de como le gustaba jugar al dominó y sobretodo, de lo mucho que me gustaban los "paraguas" de chocolate que me compraba en el Hogar, también el estribillo de esa canción que siempre repetía "echale guindas al pavo, pavo que yo le echaré a la pava.....".
    Muchos besos cariño y recuerda que todos estamos ahí, EMPUJANDO.

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