sábado, 5 de noviembre de 2011

Génesis Día 127

Pasan escasos diez minutos de las cuatro de la madrugada de este sábado cinco de noviembre cuando doy inicio al Blog. Lo primero que tengo que decir es que pocos días han estado más cargados de emociones positivas como que el de ayer; pero antes de ponerme en materia, quiero felicitar públicamente en el día de su cumpleaños a mi queridísimo primo Michele, la única persona que conozco en el mundo capaz de repetir palabra a palabra cualquier escena de la saga de El Padrino, y con el que por su carácter, un poco alocado y rebelde como el mío, siempre me he sentido muy ligado. Tanti auguri caro Michael!

Pasemos ahora sí a lo acontecido en el día de ayer viernes. Nadie puede discutirme que no hay mejor noticia con la que se pueda comenzar el día que la del anuncio de un nuevo miembro en la familia. Pues eso fue lo que ayer ocurrió: a primera hora supimos que la noche anterior, poco antes de la medianoche, una preciosa niña llegaba a este mundo para convertirse así en la hermanita de Diego, el ahijado de mi mujer. A sus padres, Kiko y Eva, Eva y Kiko, fieles seguidores de este blog, no puedo sino enviarles mi más sincera enhorabuena y espero poder muy pronto conocer a la pequeña Laura.

Así que con un inicio de jornada tan maravilloso, poco o nada podía nublarlo ya; ni tan siquiera las nubes que poblaron durante todo el día los cielos dejándonos incluso alguna que otra lluvia. De este modo, cargadas las pilas con la alegría por la noticia recién recibida, dediqué el resto de la mañana a hacer cantidad de recados que había ido acumulando durante la semana. El primero pasarme por la oficina a recoger unos papeles pendientes correspondientes a mi compra del coche que tenía asignado como de empresa mientras estaba dado de alta. Un auténtico lujazo el que me hubieran ofrecido esa oportunidad a la que no he podido negarme. ¿Cómo un italiano -mitad asturiano, vale- puede abandonar a su suerte a una hermosa dama como es un Alfa Romeo? No me lo habría perdonado nunca. Podemos por tanto decir que ayer oficialmente me compré un coche que para mí siempre resultó un mito, un sueño, la mia passione.

La visita a la oficina fue un tanto relámpago y casi de incógnito. No porque no me muriera de ganas de ver de nuevo a todo el mundo, sino porque como digo, tenía en mente aprovechar la mañana para resolver unos cuantos asuntos y a fin de cuentas, tampoco quiero que me vean a todas horas, que como dice el sabio refranero: todos los días gallina, amarga la cocina. Pero no os vayáis a creer que ahora voy de azotado por la vida, cual jubilado al que le parece que cada segundo de su vida es el más importante del mundo. Al contrario, ayer precisamente, realizando una compra en una tienda donde me conocen desde hace muchos años, a raíz de un problema que surgió con el cobro con tarjeta que me hizo esperar más de media hora a que se resolviera, la dueña me dijo: "lo siento, espero que no fueras con prisa", a lo que negué con una sonrisa. Y fue cuando en confianza añadió: "realmente ahora te veo mucho más tranquilo que antes cuando venías siempre a las carreras". No sé, es probable que en contra de lo que pudiera parecer más lógico, ahora me tome las cosas con más calma, dándole a cada instante su valor, su motivo de estar ahí. ¡Bah!, quizás no deje de ser filosofía de libro de autoayuda como los que se venden en los aeropuertos, ¿no creéis? 

Y hablando de filosofías, ayer vio la luz en la Intranet de la empresa el primero de los artículos que me he comprometido a escribir para ella, y que iré recogiendo bajo el título de Filisofías Empresariales. Reconozco no haber sido muy brillante y original con el título jugando un poco con mi nombre, pero igualmente me llena de orgullo y agradecimiento el que de esta forma me permitan seguir sintiéndome partícipe, aunque sea desde la barrera, del día a día de la empresa. Saben bien de qué pie cojeo, y que dándome un caramelo así, iba a ser incapaz de no saborearlo al máximo.

Llegó así como quien no quiere la cosa la hora de la comida. En esta ocasión mi mujer y yo compartimos mantel con mis padres y mi hermano. Tenía muchas ganas de volver a sentarme con ellos a la mesa después de la operación de mi madre, de la que sigue recuperándose a pasos agigantados, aunque sea todavía valiéndose como es lógico de sus muletas. Pero como no me cansaré de repetir, mi madre es pura fuerza y tesón, y estaba más que convencido que una vulgar intervención de prótesis de cadera no iba resultar ningún obstáculo para ella.

El día seguía pasando emoción tras emoción de tal forma que no hubo lugar ni para la siesta, ya que tras la comida, había quedado con uno de los amigos de la pandilla, quien venía a traerme una bolsada de castañas de El Bierzo. ¡Dios!, ¿cómo puede haber gente que deteste esta estación del año donde el olor a castañas impregna el ambiente con ese aroma que lleva casi a la sinrazón para alguien tan glotón como yo?

Y llegó finalmente el otro gran momento del día: el concierto de Queen en un Teatro de Jovellanos repleto hasta la bandera. Tratar de explicaros cualquier cosa sobre las dos horas de concierto que vivimos sería quedarme corto. Sólo os diré que quemé mis palmas a los sones de I want it all, We will rock you, Radio GaGa, One vision... Reí divertido la puesta en escena de I Want to break free, reventé el suelo con mis pies al seguir los ritmos de Don't stop me now, Innuendo, Breakthru, Tie your mother down, Somebody to love, Under pressure... y lloré como un niño mientras escuchaba Who wants to live forever, Save Me o la insuperable The show must go on. Y si alguien me hubiera visto bailar como un loco Crazy little thing called love o la versión de Tutti frutti, le habría resultado increíble imaginar que ese chiflado en realidad lleva casi dos años enfermo. Y es que escuchar una soberbia interpretación de Bohemian Rapshody o encontrarte en mitad de un teatro, entregado todo él al We are the champions equivale aproximadamente a una dosis de tonelada y media de corticoides. El único pero que puedo ponerle a la velada fue la sensación que tuve de la cantidad de gente con la que habria deseado poder compartirla. En cualquier caso, de alguna forma también su recuerdo hizo que estuvieran también presentes a mi lado. Resumiendo: ¿que cómo me sentí cuando salí de nuevo a la calle? Lo siento por la expresión, pero sólo encuentro tres palabras que definan mi estado a la perfeccion: ¡de puta madre!

Como colofón a un día que guardaré como oro en paño en mi memoria, nos fuimos mi mujer y yo a cenar a un restaurante cercano. Después de soltar tanta adrenalina, y aun siendo cerca de las once y media, tenía un hambre que me hubiera comido hasta el mantel. Me conformé no obstante con una espléndida parrillada de verduras, una enorme tosta de jamón y un plato de tacos de presa en su salsa de miel. Dadas las altas horas, y contraviniendo mis propios instintos, desistí de pedir postre.

Se acaba el post de hoy y habréis comprobado que no he mencionado ni una palabra de mi estado. ¿O tal vez sí? Porque cuando no hay nada que decir es cuando muchas veces uno lo está diciendo todo. Un fuerte abrazo, feliz fin de semana... "y mañana más..."

2 comentarios:

  1. Hola Fili: Se me ha puesto la carne de gallina cuando he llegado a la descripción del concierto... efectivamente, nosotros sé que también estuvimos ayer contigo. Me has alegrado la mañana, gracias Fili. Un abrazo muy fuerte. HONOR Y FUERZA.

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  2. Creo q este es otro de mis días de blog preferidos.
    Da gusto oirte tan feliz!!

    Muchas felicidades a Eva y Kiko y bienvenida a este mundo a esa chiquitina de nombre Laura; espero que os haga a todos muy felices.

    Miles de besos cariño

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