lunes, 25 de octubre de 2010

Día VI

Son las seis de la tarde cuando comienzo a escribir el Blog, en este lunes veinticinco de octubre. Fuera ahora mismo hace sol aunque veo las hojas de los árboles moverse y da la sensación de que el día está más bien fresco. Afortunadamente yo aquí tengo calefacción central que arranco en cuanto noto que la habitación está un poco por debajo de la temperatura que a mí me gustaría. Es de esos sistemas antiguos formados por un único radiador enorme, de fundición, y que a poco que lo tienes encendido aguanta el calor durante un buen rato.

Esta mañana no he tenido novedad alguna ya que no tocaba hacer análisis. De todos modos tampoco habrán cambiado mucho las cosas. Ayer como sabéis fue el último de quimio y ahora es el turno de que ésta haga su trabajo. Tocará esperar así que pasen los días para ir viendo entonces cómo los parámetros sanguíneos evolucionan, aunque en realidad no sé cuánto tiempo habrá de transcurrir para que sepamos si está habiendo respuesta. Lo que ocurrirá en primer lugar será que mis valores sigan estancados por la propia acción de la quimio y que tendré que realizar más transfusiones para que no bajen aún más. A partir de un cierto día, si todo fuera bien, es probable que la médula comience a trabajar por sí misma, haciendo más espaciadas dichas transfusiones. Quizás lo que más me irrita de todo esto sea precisamente esa relativa aleatoriedad, ese no poder tener marcados los pasos que iremos dando con mayor claridad, esa falta de respuestas y ese sentirme controlado por la enfermedad y no poder ser yo quien la controle a ella. Cada persona es un mundo y cada uno de nosotros reaccionaríamos de forma distinta a un tratamiento como este, y no digamos ya cuando entran en juego otros factores como el hecho de que hace apenas dos meses que salí de la Unidad de Trasplantes de Oviedo. Es imposible establecer qué va a pasar mañana y eso a veces resulta muy frustrante. Tengo que hacerme a esa idea cuanto antes. Lo contrario es engañarme.

De lo único que puedo estar por el momento más que satisfecho es que he pasado esta semana en el hospital sin apenas molestias y eso es algo que hubiera firmado cuando ingresé el sábado pasado con la fiebre tan alta. No he tenido revolturas con la quimio y he mantenido intacto en todo momento mi apetito, algo que siempre es buena señal. De hecho hasta tengo la cara más regordeta de lo habitual, aunque eso tiene su explicación en los corticoides que me han ido administrando durante el tratamiento.

Volviendo al pasado y por recordar tiempos mejores, siempre quedarán grabados en mí aquellos días de verano en Perlora, cuando la ciudad fantasma en la que ahora se ha transformado la localidad vecina a Carreño, era un hervidero de gente. Recuerdo cómo mis padres se levantaban a primerísima hora para prepararlo todo: comida, nevera, toallas, ropa… Eran los tiempos de aquellos recipientes de metal, en los que en la parte de arriba colocabas la tortilla y en la de abajo los filetes empanados. Y luego que no faltara tampoco la ensaladilla rusa. De Gijón a Perlora tardábamos como media hora en llegar, y lo hacíamos casi de los primeros, porque de lo contrario era imposible aparcar y sobre todo encontrar un buen lugar donde asentar el campamento. Pero al final éramos casi siempre los mismos y la gente poco menos que respetaba tu sitio porque sabía que acabarías por llegar. Nosotros solíamos situarnos junto a las pistas de tenis, donde mis primos y yo pasábamos horas y horas jugando, mientras que mis padres y mis tíos se entretenían cada uno con lo suyo: casi siempre los hombres yéndose a pescar y las mujeres jugando a las cartas o dando un paseo.

Aquellos días parecían no acabarse nunca: por la mañana nos íbamos a bañar a La Isla, una especie de balsa, próxima a la Iglesia de Perlora, donde la mar estaba por lo general mucho más calmada que en la siempre revuelta Playa de Carranques. Luego lo mismo nos íbamos a dar un paseo hasta cualquiera de los merenderos que en Perlora había, como comprábamos en las tiendas del centro un helado, jugábamos en aquellas primerísimas máquinas de videojuegos a cinco duros y para cuando nos dábamos cuenta estábamos todos comiendo bajo una sombrilla. Después, nada de siesta: a volver a jugar. Daba igual si tenis, baloncesto, fútbol, o incluso andar en bici si alguno de nosotros la había llevado. Todavía nos dábamos otro baño por la tarde, éste por lo general en la playa que estaba situada justo debajo de La Cabaña, otro merendero, donde recuerdo que llegó a haber una bolera. Y luego a seguir haciendo diabluras hasta que nos reclamaban para la cena. Porque cenar incluso cenábamos allí antes de volvernos completamente agotados cuando ya casi no quedaba ni un rayo de sol. Y así un sábado y un domingo, uno tras otro, y siempre con la misma ilusión por ver que al despertar hiciera sol y sentir desde la cama el olor de aquellos filetes empanados. Quería decir que nos íbamos a Perlora.

Bueno, ahora os dejo, que voy a ver si echo una partidilla a las cartas, que no hay que perder las buenas costumbres. El Parchís lo dejaremos para cuando estemos en casa, ya veremos cuándo. Lo importante es que todo siga como hasta ahora; o mejor, claro.

Un fuerte abrazo a todos… “y mañana más”.

5 comentarios:

  1. ¡Qué tendrá Carreño...! Y eso que yo estaría 2 veces aproximadamente en la ciudad residencial de Perlora(como siempre no se aprecia lo de casa como se debería...). Eramos más de Xivares, otra pena de playa en la actualidad...

    Suerte en la partida y Ánimo que si Alonso puede, tu más y mejor que no se diga!!!
    1 besu.

    ResponderEliminar
  2. Y yo que nunca estuve en la playa de Perlora! Pero sí que comía tortilla de patata y filetes empanaos :)Ñam!!
    Buenas noches!!

    ResponderEliminar
  3. Yo también iba a Perlora en tren con mi abuela, me encantaba. Menudas partidas de cartas interminables... y el pedreru... el heladín...
    Besos Fili.

    ResponderEliminar
  4. Para no ser menos, contarte que mis difuntos abuelos vivieron en el pueblo de Perlora sus últimos años, pasé muchos fines de semana y veranos casi enteros de pequeño, donde tambien guardo gratos recuerdos, el vivir mis abuelos en Perlora, me hizo conocer bastantes amigos y recuerdo los veranos conociendo gente nueva que iva de vacaciones a la residencia a pasar quincenas en los chalets, pareciamos pandillas estilo verano azul y fué genial, no en vano mi primer rollete surgió allí cuando yo tenia 13 años con una "Madrileña"...grrrrrr

    ResponderEliminar
  5. sigue asi Fili... no te marees en la noria y moltissima forza... mira Alonso , nadie creia en él y yo ya le veo campeón del mundo... un besazo luchador

    ResponderEliminar